“La poesía pretende cumplir la tarea de que este mundo no sea sólo habitable para los imbéciles.”

(ALDO PELLEGRINI)

sábado, 30 de enero de 2021

El descaro de Cleopatra

 


Ese mismo año, Julio César llegó a Alejandría. Roma era ya una gran potencia que se arrogaba el papel de policía mundial y mediadora en los conflictos ajenos. Cleopatra comprendió que si quería volver a reinar necesitaba el apoyo de César. Viajó a escondidas desde Siria, esquivando a los espías de su hermano, que tenían orden de matarla si volvía a poner los pies en Egipto. Plutarco cuenta con gracia el cómico episodio del encuentro entre la reina destituida y César. En el anochecer de un cálido día de octubre del año 48 a. C., una embarcación atracó silenciosa en el puerto de Alejandría. De ella bajó con grandes precauciones un mercader de alfombras que cargaba un fardo alargado. Ya en palacio, pidió ver a César para entregarle un regalo. Admitido en la habitación del general romano, desenrolló el envoltorio. Del interior emergió –acalorada, menuda y sudorosa- una chica de veintiún años que se estaba jugando la vida en el epicentro del peligro por pura ambición de poder. Dice Plutarco que César quedó “fascinado por el descaro de la joven”. Era un hombre de cincuenta y dos años con cicatrices de mil batallas. No fue el deseo lo que llevó a Cleopatra hacia él, sino el instinto de supervivencia.

 

De: El infinito en un junco

 

Irene Vallejo

 


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