“La poesía pretende cumplir la tarea de que este mundo no sea sólo habitable para los imbéciles.”

(ALDO PELLEGRINI)

jueves, 5 de enero de 2017

John Berger



















Muere John Berger




Los poemas no se parecen a los cuentos, ni siquiera cuando son narrativos. Todos los cuentos tratan de batallas, de un tipo o de otro, que terminan en victoria y derrota. Todo, avanza hacia el final, cuando habremos de enterarnos del desenlace.

Indiferentes al desenlace, los poemas cruzan el campo de batalla, socorriendo a los heridos, escuchando los monólogos delirantes del triunfo y del espanto. Procuran un tipo de paz. No por la hipnosis o la confianza fácil, sino por el reconocimiento y la promesa de que lo que se ha experimentado no puede desaparecer como si nunca hubiera existido. Y, sin embargo, la promesa no es la de un monumento. (¿Quien quiere monumentos en el campo de batalla?) La promesa, está en que el lenguaje ha reconocido, ha dado cobijo, a la experiencia que lo necesitaba, lo pedía a gritos.
Los poemas están más cerca de las oraciones que los cuentos, pero en la poesía no hay nadie detrás del lenguaje que se recita. Es el propio lenguaje el que tiene que oír y agradecer. Para el poeta religioso, la Palabra es el primer atributo de Dios. En toda la poesía, las palabras son una presencia antes de ser medios de comunicación.

No obstante, la poesía utiliza las mismas palabras y, más o menos, la misma sintaxis que, por ejemplo, el informe anual de una empresa multinacional. (Empresas que preparan, para su propio provecho, los más terribles  campos de batalla del mundo moderno). ¿Qué hace entonces la poesía para transformar tanto el lenguaje que, en lugar de limitarse a comunicar información, escucha y promete y desempeña el papel de un dios?

El que un poema use las mismas palabras que el informe de una multinacional no es más significativo que el hecho de que un faro y una celda de prisión puedan estar construidos con piedra de la misma cantera, unidas con la misma argamasa. Todo depende de la relación entre las palabras. Y la suma total de todas esas relaciones posibles depende de la manera en la que el escritor se relaciona con el lenguaje, no como vocabulario, no como sintaxis, ni siquiera como estructura, sino como un principio y una presencia.

El poeta sitúa el  lenguaje fuera del alcance del tiempo; o, más exactamente, el poeta se aproxima al  lenguaje como si fuera un lugar, un punto de encuentro,  en donde el tiempo no tiene finalidad, en donde el propio tiempo es absorbido y dominado.

La poesía habla, con frecuencia, de su propia inmortalidad, y esta reivindicación es mucho más trascendente que la de un poeta determinado perteneciente a una historia cultural determinada. No debe confundirse aquí la inmortalidad con la fama póstuma.  La poesía puede hablar de inmortalidad porque se abandona al lenguaje en la creencia de  que el  lenguaje abraza toda experiencia, pasada, presente y futura.

Seria engañoso hablar de la promesa de la poesía, pues una promesa se proyecta en el  futuro, y es precisamente la coexistencia del futuro, el presente y el  pasado lo que propone la poesía.

A una promesa que afecta el  presente y al pasado tanto como al futuro mejor la llamaríamos certeza.


Una vez en un poema
 John Berger  

DOCE TESIS SOBRE LA ECONOMÍA DE LOS MUERTOS

1. Los muertos rodean a los vivos. Los vivos son el centro de los muertos. En ese centro están las dimensiones del tiempo y del espacio. Lo que rodea al centro es atemporal.
2. Entre el centro y lo que lo rodea hay intercambios, que por lo general no son claros. Todas las religiones se preocuparon por hacerlos más claros. La credibilidad de la religión depende de la claridad de ciertos intercambios inusuales. Las mistificaciones de la religión son el resultado de intentar producir tales intercambios de manera sistemática.
3. La infrecuencia del intercambio claro se debe a la infrecuencia de que algo pueda atravesar intacto la frontera entre la atemporalidad y el tiempo.
4. Considerar que los muertos son los individuos que alguna vez fueron tiende a oscurecer su naturaleza. Tratemos de considerar a los vivos como podríamos pensar que lo hacen los muertos: de manera colectiva. El colectivo se extendería no sólo a través del espacio, sino también a lo largo del tiempo. Comprendería a todos aquellos que alguna vez vivieron. Así también pensaríamos en los muertos. Los vivos reducen a los muertos a aquellos que vivieron, pero los muertos comprenden ya a los vivos en su propio gran colectivo.
5. Los muertos habitan un momento atemporal de construcción que recomienza constantemente. La reconstrucción es el estado del universo en todo instante.
6. De acuerdo con su memoria de la vida, los muertos saben que el momento de construcción es también un momento de caída. Dado que vivieron, los muertos nunca pueden ser inertes.
7. Si los muertos viven en un momento atemporal, ¿cómo pueden tener memoria? Todo lo que recuerdan es que se los precipitó al tiempo, como hace todo lo que existió o existe.
8. La diferencia entre los muertos y los que no nacieron es que los muertos tienen ese recuerdo. A medida que aumenta el número de muertos, la memoria crece.
9. La memoria de los muertos que existen en la atemporalidad puede pensarse como una forma de imaginación relacionada con lo posible. Esa imaginación está junto a (reside en) Dios, pero no sé cómo.
10. En el mundo de los vivos hay un fenómeno equivalente, pero opuesto. En ocasiones los vivos experimentan la atemporalidad, tal como se revela en el sueño, en el éxtasis, en instantes de peligro extremo, en el orgasmo y tal vez en la experiencia de la muerte. En esos instantes la imaginación de los vivos abarca todo el campo de la experiencia y excede los límites de la vida o de la muerte individual. Toca la imaginación expectante de los muertos.
11. ¿Qué relación tienen los muertos con lo que aún no sucedió, con el futuro? Todo el futuro es la construcción a la que está entregada su 'imaginación'.
12. ¿Cómo viven los vivos con los muertos? Hasta que el capitalismo deshumanizó a la sociedad, todos los vivos esperaban la experiencia de la muerte. Era su futuro final. Los vivos eran en sí mismos incompletos. De esa forma, vivos y muertos eran interdependientes. Siempre. Sólo una forma de egotismo extraordinariamente moderna rompió esa interdependencia. Con consecuencias desastrosas para los vivos, ahora pensamos en los muertos en términos de los 'eliminados'.

Páginas de la herida
John Berger

 



No hay comentarios:

Publicar un comentario