LAS UVAS DEL MAR
Aquella vela, fatigada de islas,
que descansa sobre la luz,
una goleta batiendo el Caribe,
podría ser Ulises
camino de casa en el Egeo,
ese padre y marido
anhelante, bajo las uvas nudosas y
amargas,
es como el adúltero que oye el nombre
de Nausicaa,
en cada graznido de gaviota.
Esto no da la paz a nadie. La antigua
guerra
entre obsesión y responsabilidad
jamás acabará y siempre ha sido la
misma
para el navegante y para el que
permanece en tierra
caminando en sus sandalias hacia casa,
ahora que Troya hace ya tiempo que
apagó su última llama
y el peñasco del gigante ciego partió
el seno de las olas
desde cuyo mar de fondo llegan los
grandes hexámetros
a las conclusiones de una espuma
exhausta.
Los clásicos consuelan. Pero no lo
suficiente.
Islas
Derek Walcott
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