ME TOCÓ VIVIR
al borde de una soledad
habitada sólo por preguntas,
siempre al pie de un acantilado de melancolía,
respirar
en el oscuro patio donde me hablaba mi abuela
de la muerte,
donde me hablaba mi abuela de la vida con
palabras
que se me quedaron grabadas como alfileres en
el cuerpo,
vivir cerca
siempre del desamor,
al calor de unos poemas que me brotaban
como un torrente sin fin
en la piel de todos los silencios,
vivir rodeado
a veces de baldías tinieblas,
vivir persiguiendo
imposibles amaneceres
de pureza.
Me tocó vivir
con ojos ardientes, con labios sin
traiciones,
vivir sin
techo,
añorando la niebla que deja el otoño en los
rincones,
escuchando el lenguaje rudo del invierno,
viajar sin
equipaje,
cerca siempre de abrazar un instante de la
luz amada
de mis primeros besos.
Me tocó vivir
en el idioma de la desmemoria acariciando
siempre un sueño.
De: Cien fuegos
Daniel Noya
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