Una herida puede ser un territorio.
Caminé
por el amplio volumen de la tristeza
pero también fui dichoso en la dañada
bruma
de mis silencios.
Escuché
el canto de los pliegues,
el altavoz de los jardines cuando atardece
en lo hondo.
La caricia de lo cotidiano anidó en mi
rostro
y respiré
el olor de las ortigas.
Nadé hasta tu cuerpo para seguir siendo
un náufrago.
De mi biografía
sólo quedó el sabor de los rincones
soleados,
el oro de alguna esperanza que me mantuviese
en pie sobre la tierra.
De mi biografía quedó
la brisa perfumada de tu olor,
la verdad fría
de estar muy solo.
De: Órdenes del corazón
Daniel Noya
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