Es
como cuando el río te enseñaba a cortar el agua:
tenían que ser lisas,
sin relieve
que las hiciera tropezar en la
superficie,
con el peso reunido
para que su fuerza no se perdiera
y del primer lametón
de la corriente saltasen
al segundo,
al tercero,
y, sosteniéndose en los círculos
que abren en el agua mansa,
volaran hasta la hierba reciente
de la otra orilla.
De: La divisoria de las
aguas
Tomás Salvador González
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