Reminiscencia
      Mientras leo el poema En el Delta del Nilo siento 
               como un viento me atraviesa la
carne. 
      La mano del poeta acoge un ritmo que
parece edificado como un trazo 
               de abecedario.
      El poema es un vidrio a punto de romperse
como en el verso 
               de Eliot…
      Fuera las nubes van ocupando su espacio de
tiniebla 
      y la noche va         reclamando su fugaz reposo entre nuestra insólita bruma.
      Estoy en varios sitios a la vez,
               duplicado,
               atado a varios tonos,
                         nombrando una
obsesión,
                         en la tranquilidad del
descubrimiento.
      Me acoge el vacío, la extremidad de una
luz no demasiado viva,
      el despertar de un diciembre repetido.
      Y me interrogo:
      ¿Cuál es el secreto de la calma?
¿Qué
azar junta las palabras para el canto?
Siento
a mi alrededor revolotear un apacible misticismo.
Pero
el poeta que niega el suelo
-me
digo-  cae como un Ícaro sin alas desde
el cielo.
Ah,
pero Pessoa era místico tan solo con el cuerpo.
Sí,
mi voz está ya seca de buscar un lenguaje con el que hablar
cerca
de los ríos y más allá del mundo.
Y
mis manos tienen ya llagas de arañar sobre la tierra.
¿Es
alucinación el pálpito de un misterio?
¿Lloverá
sobre las cenizas y nacerá de nuevo una flor diminuta
      de plástico?
El
poema es como un vidrio ya roto que otras manos 
      buscarán recomponer.
 Como lanzar una silueta de sombra sobre un
escenario         
      de niebla, 
el
dibujo confuso de una multitud.
De:
Órdenes del corazón


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