De regreso al ser afásico, al asceta de la vida (Max Scheler),
al gran
arquitecto que a fuego lento construye su prontuario
recubierto
de
cromosomas
y, a
veces, de repente enmudece.
De vuelta al gran deletreador de enigmas
- siempre en el centro
de su egoísmo
antropocéntrico -,
al equilibrista
cuyo
reino es de este mundo,
al más que animal cuya voz
no le
abandona y es sólo un instante de un relato infinito,
indefensa
criatura siempre apegada
al susto volcánico de esa última hora
que resume la nitidez de una clarividencia
definitiva.
De regreso al imperfecto, a la muesca en la maravilla,
al
rostro humano,
a un
paisaje que deja ver cuanto más oculta,
de
vuelta al artesano,
al
artista del don y del pronombre,
a la sombra de luz que deja su presencia,
a la
huella interminable que queda de su palabra olvidada,
recordada.
De vuelta al torpe, al ciego y sordo, al
extraño pero cercano,
al de
músculos atrofiados,
al gran desconfiado, al tímido
al poeta
del
límite y de la no cordura,
al sabio y al inocente.
De regreso al hombre…
De:
Cuaderno de incidencias
Daniel
Noya
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