Imagen: A. Modigliani |
La
luz cae como una piedra nómada
sobre una presa oscura.
Él no está para anécdotas infantiles
y abre una carta.
Mantiene una relación epistolar con su propia
desmemoria.
Los años han pasado y es cruel
cerrar la boca.
Descifra un conjuro que le ata los dedos.
Te quiero,
-escribe sin más en una solitaria pizarra-.
Y la tiza
ya ha dibujado
el recorrido de su espaciosa ternura
y el aire ahora,
sí ahora,
se vuelve al fin más limpio.
DE: Órdenes del corazón
Daniel Noya
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