He
dejado en los huesos el fin
de
una infancia de juegos nocturnos.
Siento
en el paladar el río
de
aguas que ocultaron inocentes deseos,
zarzas
enamoradas,
mujer
nadadora en la tarde.
Como una tortuga perezosa
encerrada
en su frágil caparazón
nos
encontramos siempre,
con
la sensación de vivir a fuego lento.
Aquí te entrego mi dolor:
vivir
es el infinitivo que nos une
y
la unión es la distancia que nos separa.
Siento en la carne el principio
de
la vejez, noche de escasos latidos.
Grito
y mi grito es un volcán,
una oscura voz para atraer la
tormenta.
De: Cierra el portón
Daniel Noya
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