En la hora grave, con el oído atento al
más leve roce
estalla la verdad.
Pisé la luz,
me alejé de la mirada del mundo
y no tuve suficiente corazón para
alejarme del faro
de tu piel.
No sacaba el mínimo jugo de otros
cuerpos
y mis sílabas eran
amargas.
Me convertí en un animal extraño, en un
cuerpo sin deseo.
Escribo ya en las tinieblas
y mis palabras nacen siendo ya cenizas.
Soy un pozo seco, sangre sin aliento.
Soy una llave que no abre, una sombra
en medio de un infinito desierto,
un relato sin amarre,
una llaga sin cicatrizar.
En la hora grave creo un alfabeto
sólo para que me comprendas.
De: No todos los días alcanzan la belleza
(en preparación)
Daniel Noya
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