En
cuanto a la felicidad establecida, doméstica o no…no, no puedo. Soy demasiado
disipado, demasiado débil. La vida florece en el trabajo, vieja verdad: la mía,
mi vida no es lo bastante grávida, vuela y flota lejos por encima de la acción,
ese punto del mundo.
¡Cómo
voy volviéndome una solterona, al carecer de valor para amar la muerte!
Si
Dios me concediese la calma celeste, aérea, la oración, -como los antiguos
santos. – Los santos, ¡fuertes!, los anacoretas, ¡artistas a más no pedir!
¿Farsa
continua? Mi inocencia me haría llorar.
La vida es la farsa que hemos de representar entre todos.
De: Una temporada en el infierno
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