RESEÑA DE UN POEMA JAMÁS ESCRITO
En las palabras iniciales de la obra
la autora sostiene que la tierra es pequeña,
en cambio el cielo es grande hasta la exageración,
y en él hay, cito literalmente, «más estrellas de lo debido».
La descripción del cielo denota perplejidad,
la autora se pierde en espacios sobrecogedores,
la inercia de tanto planeta la impacta
y, acto seguido, en su mente (imprecisa, justo es decirlo)
comienza a formularse la pregunta:
¿estamos solos
bajo la capa del sol y de todos los soles del universo?
¡A pesar del cálculo de probabilidades!
Y de la convicción hoy universalmente compartida!
¡En contra de las irrefutables pruebas que de un momento a otro
caerán en poder del hombre! ¡Ay, la poesía!
Por de pronto nuestra vate vuelve a ser tierra,
planeta que puede «seguir su curso sin testigos»
la única «ciencia ficción que el cosmos puede permitirse».
La desesperación de Pascal (1623-1662, la nota es mía),
según la autora, no halla rival
en ninguna, digamos, Andrómeda ni Casiopea.
La exclusividad magnifica y obliga,
de ahí el problema acerca de cómo vivir, etcétera,
puesto que «el vacío no lo solucionará por nosotros».
«Dios mío», clama el hombre a Sí Mismo,
«ten piedad de mí, ilumíname»…
Atormenta a la autora la idea de una vida derrochada,
como si la vida contara con reservas sin fondo.
De las guerras, siempre —en su provocadora opinión—
derrotas de ambos bandos.
De la «brutestatalidad» (sic) de la gente para con la gente.
La obra exhala una intención moralista que
en pluma menos ingenua tal vez hubiera resultado luminosa.
Por desgracia, no es así. La tesis, tremendamente osada
(¿acaso estamos solos
bajo la capa del sol y de todos los soles del universo?),
está planteada con un estilo descuidado
(una mezcla de sublimidad y lenguaje cotidiano),
que abre un interrogante: ¿a quién convencerá?
A nadie, seguro. Con lo dicho basta.
De: El gran número
la autora sostiene que la tierra es pequeña,
en cambio el cielo es grande hasta la exageración,
y en él hay, cito literalmente, «más estrellas de lo debido».
La descripción del cielo denota perplejidad,
la autora se pierde en espacios sobrecogedores,
la inercia de tanto planeta la impacta
y, acto seguido, en su mente (imprecisa, justo es decirlo)
comienza a formularse la pregunta:
¿estamos solos
bajo la capa del sol y de todos los soles del universo?
¡A pesar del cálculo de probabilidades!
Y de la convicción hoy universalmente compartida!
¡En contra de las irrefutables pruebas que de un momento a otro
caerán en poder del hombre! ¡Ay, la poesía!
Por de pronto nuestra vate vuelve a ser tierra,
planeta que puede «seguir su curso sin testigos»
la única «ciencia ficción que el cosmos puede permitirse».
La desesperación de Pascal (1623-1662, la nota es mía),
según la autora, no halla rival
en ninguna, digamos, Andrómeda ni Casiopea.
La exclusividad magnifica y obliga,
de ahí el problema acerca de cómo vivir, etcétera,
puesto que «el vacío no lo solucionará por nosotros».
«Dios mío», clama el hombre a Sí Mismo,
«ten piedad de mí, ilumíname»…
Atormenta a la autora la idea de una vida derrochada,
como si la vida contara con reservas sin fondo.
De las guerras, siempre —en su provocadora opinión—
derrotas de ambos bandos.
De la «brutestatalidad» (sic) de la gente para con la gente.
La obra exhala una intención moralista que
en pluma menos ingenua tal vez hubiera resultado luminosa.
Por desgracia, no es así. La tesis, tremendamente osada
(¿acaso estamos solos
bajo la capa del sol y de todos los soles del universo?),
está planteada con un estilo descuidado
(una mezcla de sublimidad y lenguaje cotidiano),
que abre un interrogante: ¿a quién convencerá?
A nadie, seguro. Con lo dicho basta.
De: El gran número
Wislawa Szymborska
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