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La oscuridad le impide ver su rostro.
En la
cima más alta de la montaña,
allí
donde nacen los torrentes y en donde sólo vive la nieve,
llora,
silenciosamente,
la más mortal de las bellezas,
envidia incluso de las diosas.
Hasta que un día,
misteriosamente,
una leve brisa de aire fresco la empuja
hasta un cálido lecho
donde en lo más oscuro de la noche
alguien la espera.
La oscuridad le impide ver su rostro.
Es tan feliz a su lado que enciende
una de
esas noches
una lámpara.
Descubre
la belleza de un cuerpo que ha estado amando a ciegas.
Pero una gota de aceite hirviendo cae inesperadamente
sobre su hombro.
Un grito
de dolor se escucha en lo más profundo del alma.
Necesitamos
curarnos esa herida.
Necesitamos
curarnos esa primera herida.
Y así es como me contaron
hace tiempo
que se
descubrió la belleza del amor.
De: Cien fuegos
Daniel Noya
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