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Fría luz
en la estación sin nombre donde se pierde
la mirada
de mi madre.
Ajándose
poco a poco
nuestros huesos por el frío, por los años
ya vividos,
el silencio se oye como un eco sordo en
la pared.
Ésa es la verdad,
su anciano cuerpo que ya no tiene nada
que contar.
Ignoro el rostro del filo por donde ahora
se corta mi piel,
desconozco
la extraña ranura
por donde se cuela tanto dolor.
Pero siento
que estoy ahogándome lentamente,
ahogándome en la tristeza
de no saber enfrentarme a tu próxima
muerte,
de no saber decirte adiós,
madre,
y dejarte
en tanta soledad,
dejarte
buscándome con la mirada de tu última luz
en el espacio oscuro donde te he abandonado.
De: Cien fuegos
Daniel Noya
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