LA VERDAD SOBRE HOMERO
No es cierto que Homero haya
existido
y escrito la Ilíada y la Odisea.
Hubo en Grecia numerosos Homeros
y muchos de ellos se aventuraron en el mar, sufrieron naufragios, conocieron la experiencia del exilio y combatieron en la guerra de Troya.
Otros bebieron vino en las mesas de piedra y bailaron en las playas, soñaron y olvidaron sus sueños, escucharon en verano el zumbido de las cigarras posadas en los pinos, asistieron al romper de la aurora, interrogaron a las estrellas y acabaron por morir.
Hubo incluso varios Homeros que oyeron el canto de las sirenas que emergían de las olas,
y algunos se masturbaron al ver cuerpos tan bellos.
Y hubo aún aquel Homero que dijo haber visto cómo el marinero Elpenor caía del techo del palacio de Circe,
pero éste es quizás el más mentiroso de todos, pues en aquel momento Elpenor no estaba en el Palacio.
De modo que ninguno de estos poetas fue el verdadero Homero,
que es una invención de los profesores de Literatura
y de los libreros ávidos que reunieron los cantos de sus Homeros parciales y sucesivos
y a los que atribuyeron una única autoría.
De hecho, si ese Homero único y verdadero hubiera existido,
no hubiera sido ciego, pues la poesía es el arte de ver.
Y ¿por qué hablar de verdad a propósito de Homero
si la poesía no existe, es una invención perversa de los filósofos?
Aunque tenemos que agradecer a los dioses griegos la creación de la mitología
que, compuesta de historias estrafalarias, de castigos y metamorfosis,
encanta sobre todo a los niños, a los onanistas y a los ancianos jubilados
que toman baños de sol y se rascan en los bancos de los parques de Nueva York.
Iguales a Homero, los dioses son fruto de la mentira que asola el mundo
desde que Ulises partió en un barco mar adentro
y dejó a la fiel Penélope entregada a la saña erótica de sus pretendientes.
En todos estos mitos y leyendas sólo un episodio, por su evidencia incontestable, merece crédito.
Trata de Argos, el perro de Ulises, que fue el primero en reconocerlo
a su regreso a Ítaca.
Ese perro realmente existió. Y eso es tan verdad
que sus ladridos aún hoy resuenan en nuestros oídos
y escrito la Ilíada y la Odisea.
Hubo en Grecia numerosos Homeros
y muchos de ellos se aventuraron en el mar, sufrieron naufragios, conocieron la experiencia del exilio y combatieron en la guerra de Troya.
Otros bebieron vino en las mesas de piedra y bailaron en las playas, soñaron y olvidaron sus sueños, escucharon en verano el zumbido de las cigarras posadas en los pinos, asistieron al romper de la aurora, interrogaron a las estrellas y acabaron por morir.
Hubo incluso varios Homeros que oyeron el canto de las sirenas que emergían de las olas,
y algunos se masturbaron al ver cuerpos tan bellos.
Y hubo aún aquel Homero que dijo haber visto cómo el marinero Elpenor caía del techo del palacio de Circe,
pero éste es quizás el más mentiroso de todos, pues en aquel momento Elpenor no estaba en el Palacio.
De modo que ninguno de estos poetas fue el verdadero Homero,
que es una invención de los profesores de Literatura
y de los libreros ávidos que reunieron los cantos de sus Homeros parciales y sucesivos
y a los que atribuyeron una única autoría.
De hecho, si ese Homero único y verdadero hubiera existido,
no hubiera sido ciego, pues la poesía es el arte de ver.
Y ¿por qué hablar de verdad a propósito de Homero
si la poesía no existe, es una invención perversa de los filósofos?
Aunque tenemos que agradecer a los dioses griegos la creación de la mitología
que, compuesta de historias estrafalarias, de castigos y metamorfosis,
encanta sobre todo a los niños, a los onanistas y a los ancianos jubilados
que toman baños de sol y se rascan en los bancos de los parques de Nueva York.
Iguales a Homero, los dioses son fruto de la mentira que asola el mundo
desde que Ulises partió en un barco mar adentro
y dejó a la fiel Penélope entregada a la saña erótica de sus pretendientes.
En todos estos mitos y leyendas sólo un episodio, por su evidencia incontestable, merece crédito.
Trata de Argos, el perro de Ulises, que fue el primero en reconocerlo
a su regreso a Ítaca.
Ese perro realmente existió. Y eso es tan verdad
que sus ladridos aún hoy resuenan en nuestros oídos
Aurora
Lêdo Ivo.
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