INVOCACIÓN A UN
DIOS MENOR
No haber
nacido es
la
sabiduría especial de Sileno, ebrio dios menor seguidor de Baco.
Concédeme,
sátiro,
lo que
concediste al rey Midas:
el poder de
convertir en oro el estiércol,
la magia
alquímica de transformar las gastadas palabras en poesía,
la amorosa
abundancia del caudal.
Aunque
tenga para eso que estar contigo borracho
diez noches
con sus diez días,
aunque
tenga que beberme una entera fuente de melancolía,
todo un
recipiente repleto de soledad.
Concédeme el
hábil manejo del aforismo, la suavidad del verso,
la caricia
del mar al atardecer,
la claridad
diurna de aquellas noches de mi lejana infancia.
Concédeme
el alma cálida todavía no malherida y rota de mi juventud,
la espera
de la estación arrinconado como un topo en el repliegue de mi paisaje,
el dibujo
torpe de la edad
sobre mis
pasos y en la hondura de mis huesos.
No haber
sentido la caricia inhóspita de la espina
es la
sabiduría especial
del anciano
sátiro, hijo del mensajero de los dioses.
Más yo prefiero,
sin
embargo,
al
igual que Sémele,
abrasarme con los rayos, ennegrecerme en el
fango de esta vida.
Prefiero
que me nazcan canas en las sienes,
amanecer
con la voz cascada
que
desaparecer en la oscura noche sin carne, sin besos, sin aire.
Y es que no
sé qué hacer en la ausencia,
sin el
calor de una piel que me sirva de nido o de memoria,
sin el
consuelo de un pequeño recuerdo que me sirva de rastro
y que me
lleve suavemente de nuevo hacia el temblor de tu cuerpo.
De: Órdenes del corazón
Daniel Noya
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