Tú,
mi espejo, mi corazón poblado de suspiros,
midiendo siempre el milagro de mi amor
como un reloj de arena,
dejándome suavemente las marcas azules
por todo el cuerpo,
arrullándome con el goteo aleteante de la
lluvia,
enseñándome
el secreto inocente de las paradojas.
Tú,
mi alma gemela, estrella polar de mis
metáforas,
desnuda de adjetivos,
oculta entre el silencio de la música de
las germinaciones,
musa repentina de la lejana adolescencia,
ningún deseo
sin tus manos
y sin el elixir de tu piel enamorando todos
mis sentidos.
Ningún deseo
sino del brote caliente de tus labios.
De: No todos los días
alcanzan la belleza
(en preparación)
Daniel
Noya
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