Henri Michaux |
Un bárbaro en Asia
Misterios de Michaux en los
charcos asiáticos con la pupila encendida
por el opio, los dioses
diminutos que descubre en los pliegues
de la cortina de hilo flojo, la
vocecita aguda de las chinches,
los penes tántricos de
dimensiones luminosas.
Y tú no obstante aquí,
comiéndote las liendres, atento a tus diarreas
vulgares, con las fiebres
periódicas del paludismo y tus
obtusas cefaleas, aunque
amaestrando tu jilguero de plumaje
inventado.
¿Para qué?, dime. Vete a la India o a Birmania, chúpale
al belga
las vértebras del coxis.
Encontrarás maestros o gurúes.
Trascenderás el limbo o la
plasta del limbo de la razón.
Supurará tu lívida gangrena.
O no te vayas pues el belga
viene con su lápiz de punta de frambuesa.
Viene con tu poema terminado. El
inconcluso, el negro,
el que te daba vértigo esta
misma mañana.
Él no tiene pereza ni le aflige
la mente. Exuda el barro untuoso del
versículo, tiene la lengua
larga. No como tú que piensas acurrucado
en la bodega de las
putrefacciones explicables.
Y si lo ves pregunta qué hacía
en Ecuador, dile que te permita
deglutir su cosecha de hongos
verdes, su pan, su mescalina, su
codorniz en escabeche.
Pero no mires su sandalia pues
tu pie no se ajusta a su medida.
Y no te duermas a mi lado que ya
de parecernos me doy pena.
Iguales también hieden nuestros
mutuos desprecios.
(de Prueba de artista)
José Viñals
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