MENELAO
El humo de madera tizna el mar.
Una hoguera baja la mirada.
En breve la arena queda circundada de feas
cenizas. Bueno, hubo días
en los que, a través de sus ojos, gris
humo, vi la basura blanca que era
Helen: demasiado agotada para combatir
sus costumbres gitanas.
Esa perseverancia suya,
fuerte y ardiente, ha desaparecido;
la firme colina y el vacilante mar
se reasientan al sol.
No le desearía a nadie su maldición:
que las gargantas manen chorros de sangre,
que extremidades amputadas se conviertan en maderos a la
deriva,
porque una ola haya alzado su bordada falda.
Vadeo claros, encrespados bajíos
ya sin armadura, ni causa,
y me inclino, dejando que
las palmas de mis manos cubran de sal mis cicatrices.
Diez años. Desperdiciados en una contienda
por unos ojos grises como el mar. Los de una ramera.
Por debajo de mí, con incrustaciones de coral,
pasan torres, y un pequeño caballito de mar.
De: El testamento de Arkansas
Derek Walcott
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