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“Amar es la inocencia eterna” (Fernando Pessoa)
Fecúndame,
mujer,
un soplo vital, haz que arraigue en mi corazón la raíz de la verdad
de mi otra nueva vida.
Arrójame
allá donde nacían los torrentes de mis aguas más cristalinas,
cerca de mis latidos más sinceros.
Ofréceme tu aliento sin maldad,
tus labios sin llagas,
tu conversación exacta y sin estrías.
No me dejes taciturno en este instante.
No me dejes en la soledad del adiós sin buenas noches.
Ofréceme
bosques de belleza donde escuche el rumor del río,
cuevas diminutas
donde protegerme del frío.
Dame una caricia de sol sobre mi piel,
un aroma de hierba, una semilla de luz
para iluminarme en este tiempo de oscuridad.
No me lleves al desvelo,
a la fuga.
No me dejes en la compañía del trastorno.
No me abandones en el invisible reflejo
de otra crisálida sin alas.
Haz que brote en mí de nuevo la claridad,
mujer.
Que si no voy a morirme poco a poco de pesadillas.
Que si no voy lentamente a languidecer
de sed.
No me dejes caer
en el abismo lejano de mi último silencio.
De: Cien fuegos
Daniel Noya
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