Me
persiguen
los
teléfonos rotos de Granada,
cuando
voy a buscarte
y
las calles enteras están comunicando.
Sumergido
en tu voz de caracola,
me
gustaría el mar desde una boca
prendida
con la mía,
saber
que está tranquilo de distancia,
mientras
pasan, respiran,
se
repliegan
a
su instinto de ausencia
los
jardines.
En
ellos nada existe
desde
que te secuestran los veranos.
Sólo
yo los habito
por
descubrir el rostro
de
los enamorados que se besan,
con
mis ojos en paro,
mi
corazón sin tráfico,
el
insomnio que guardan las ciudades de agosto,
y
ambulancias secretas como pájaros.
Diario cómplice
Luis García Montero
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