Siempre ignoré que de
una herida brotase sangre
y ahora veo correr el
agua.
El agua tiene sed de
tierra
y la tierra sed de
agua.
¿Es que acaso saben algo mis manos
sobre la debilidad de
la carne?
Sencilla es la oración: la tormenta
inventa rayos que
iluminan nuestros miedos.
Pero ahora lo que deseo no es ver llover,
ofrecer toda mi sangre,
orinar hasta hacer un
surco
donde sembrar todas mis
palabras.
Nunca adiviné que una herida fuese diferente
en según qué estación.
De: Cierra el portón
Daniel Noya
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