Siento el olor de la pulmonaria
de Mandelstam.
Allá en la pléyade
del monte Taigeto
y donde mora la iglesia del profeta
que dijo:
No soy mejor que mis antepasados,
el poeta encontró su alimento.
Yo me alimenté de sus versos
húmedos
en mi juventud.
Aún recuerdo los sueños de Scherezade
y los dedos calientes
de las Musas,
el hilo que conduce a la piel
del reconocimiento.
Aún recuerdo un cielo
con escamas
y unos labios que me besaban
hasta el cartílago.
En mi vejez
suena ya el ruiseñor de la muerte
y mi corazón
es ya ajeno,
pero aún combato las tinieblas.
Y alimentado como estoy
de tus dulces versos
espero
el aliento de una nueva primavera,
sin temor al rocío,
espantando a la noche definitiva,
sobre la cima estrellada
de tu monte Taigeto.
De: La doble rendija
(en preparación)
Daniel Noya
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