(A J. C)
La tarea de hacerse un hueco
para respirar.
La tarea
de comprender las palabras, los significados
y las cicatrices, la tarea de
desencombrar los sentimientos y darles forma
y, al moldearlos, por fin,
la tarea de quedar otra vez insatisfecho.
La tarea de quererte,
de no desfallecer y seguir, seguir
hacia delante, la tarea de la memoria
y de la desmemoria – sin duda, más interesante-.
La tarea
de ocupar un lugar, de ocupar
un espacio y no asfixiarse,
la tarea de levantarse todos los días,
de aprender,
de no ser alto, de caminar
y tocar con un suave roce los índices
de ausencia, la tarea
de ignorar los escaparates y alejarse
de las chácharas de moda,
la tarea de ser anónimo y poco o nada
importante,
la labor de hacer que te quieran,
la tarea de ser padre y a la vez hijo,
de dar la espalda a la falsedad
y vivir tan solo en los apéndices,
en las notas al margen.
La tarea de acudir al supermercado,
de alejarse de los móviles y de los inmóviles,
de permanecer serio en los funerales,
la tarea de los rituales,
de aburrirse, de abrirse paso entre
la niebla,
de abrir la realidad a los ojos,
de apoyar la melancolía sobre los hombros,
la tarea de desleer,
de no acabar siendo un insecto.
La tarea de la tristeza y de la alegría,
de no perder detalle, la tarea
de hacerse hombre, de la conversación,
la labor de la soledad,
de sentirse vivo,
de mirar el horizonte con ojos acalorados,
la tarea de superar la resaca
y los minúsculos dolores, de hacer lenguaje
con la mirada y el silencio,
la labor de que no te sorprenda la muerte,
la iniciación en el arte de ser cronopio,
hombre sin atributos y pagar
los impuestos y estar al tanto de los
nuevos inventos
de la tecnología.
La tarea, en fin, de no apolillarse.
De: Luces de gálibo
Daniel Noya
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