Cada año, al descubrir
que febrero
es sensible y, por
pudor, esquivo
con un diminuto
florecer, irrumpe amarilla
la mimosa. Se encuadra
en la ventana
de aquella casa mía de
otro tiempo,
o de ésta donde paso
mi vejez.
Mientras me acerco más
al gran silencio,
¿será señal de que no
muera nada
si vuelve para siempre
la apariencia?
¿O sabré finalmente
que la muerte
no reina más que sobre
la apariencia?
El cuaderno del viejo
Giuseppe Ungaretti
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