LA CASA DE LA LUMBRE
Allí donde dos cuerpos se desnudan
para abrazarse,
la vida escancia un difícil resplandor
que los amantes beben en las bocas,
en los ojos, cuando buscan una mano
donde asirse,
cuando besan el pecho o los hombros
ya sin darse cuenta, cuando abren los
ojos un instante,
pero no para ver
-
no saben lo que buscan-,
pero se cercioran
antes de cerrarlos y dejarse
en brazos de la muerte dulce,
la acuñadora,
que se aprovecha y los mece,
y así los acostumbra,
con imágenes:
un animal que la memoria trae,
un prado con un chopo,
las sandalias azules,
que saltan para hundirse muy lejos,
en la blancura de un gran ojo,
en una boca que duerme.
De: La sumisión de los
árboles
Tomás Salvador González
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