EL ESPEJO
Sí, recuerdo esa pared
de nuestra derruida ciudad.
Se levantaba casi hasta el sexto piso.
En el cuarto tenía un espejo,
un espejo increíble,
porque no estaba roto, fuertemente fijado.
Ya no reflejaba la cara nadie,
las manos de nadie arreglándose el pelo,
ninguna puerta enfrente,
nada que pudiera ser llamado
lugar.
Estaba como de vacaciones:
se veía en él un cielo vivo,
unas movidas nubes al aire salvaje,
el polvo de los escombros lavado por lluvias brillantes,
pájaros al vuelo, estrellas, amaneceres.
Y así, como todo objeto bien hecho,
funcionaba sin reproche,
con una profesional falta de asombro.
Hasta aquí
Wislawa Szymborska
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