3 de enero, jueves
En
verdad, nadie escribió más de tres o cuatro –diez a lo sumo- poemas
perfectamente bellos e “importantes”. De Quevedo a Reverdy y de Chrétien de
Troyes a mí, que a pesar de mi juventud ya hice uno.
Un
apuro. Una urgencia. Para ir adónde. Ya no recuerdo a quién amo, no recuerdo si
amé alguna vez. Sólo una sed, una avidez de tener un instante mío, un instante
de encuentro cierto con algo, con alguien. En verdad, nada me importa ya, nada
me importa más. Podría orinar en la calle. Podría cantar a los gritos, podría
exponerme desnuda en un pedestal. He perdido el respeto definitivamente. Sólo
queda una extraña piedad, por mí y por todos. Sensaciones de Éxodo. Seguridad
de estar sobreviviéndome. No me importa. Miro las caras por la calle y me sube
la risa. Sólo me pongo muy seria cuando pasan niños, particularmente si tienen
ojos claros. Lo que me acecha desde que recuerdo es la abstracción. Me penetró
y me invadió. Todo lo que siento aparece con mayúscula.
Se agotaron los hechos y los actos. En mí se habla en infinitivo.
(…)
Diarios
Alejandra Pizarnik
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