Hay una astilla de
luz en la apariencia de la eternidad, hemos lamido, casi amándolas, membranas
invisibles, no hay más que invierno en las ramas inmóviles y todos los signos
están vacíos.
Estamos solos
entre dos negaciones como huesos abandonados a los perros que nunca llegarán.
Va a entrar el día
en la habitación calcinada. Ha sido inútil la sutura negra.
Queda un placer:
ardemos
en palabras
incomprensibles.
Arden las pérdidas.
Antonio Gamoneda
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