Al final
de la comida
le he enseñado a mi madre
el libro de poemas
que acaban de publicarme.
La artritis de sus manos
apenas le deja mantenerlo abierto
y sus escasos años de escuela
recorren las palabras
como un niño que gatea
hasta hacer incomprensibles mis versos.
Loca de contento,
orgullosa de su hijo,
le lee un poema a mi padre
que la mira desde el sofá.
Cuando termina,
levanta la cabeza
y ve a mi padre dormido.
Lo despierta
y vuelve a comenzar
hasta tres veces
la lectura...
Yo no digo palabra,
pienso en los amos de la fuerza de los humildes,
en el tiempo delicioso que les robaron,
en la lengua que apenas les dejaron para comer
y reproducirse
en los profesionales del estilo,
en los críticos de las letras,
y en lo lejos que estará siempre
el pueblo sencillo y trabajador
de eso que llaman literatura.
le he enseñado a mi madre
el libro de poemas
que acaban de publicarme.
La artritis de sus manos
apenas le deja mantenerlo abierto
y sus escasos años de escuela
recorren las palabras
como un niño que gatea
hasta hacer incomprensibles mis versos.
Loca de contento,
orgullosa de su hijo,
le lee un poema a mi padre
que la mira desde el sofá.
Cuando termina,
levanta la cabeza
y ve a mi padre dormido.
Lo despierta
y vuelve a comenzar
hasta tres veces
la lectura...
Yo no digo palabra,
pienso en los amos de la fuerza de los humildes,
en el tiempo delicioso que les robaron,
en la lengua que apenas les dejaron para comer
y reproducirse
en los profesionales del estilo,
en los críticos de las letras,
y en lo lejos que estará siempre
el pueblo sencillo y trabajador
de eso que llaman literatura.
Cada vez veo más
gente
con una venda
puesta en los
ojos.
Incluso he visto
gente que,
habiéndosele
movido un poco,
se la vuelve a
colocar correctamente
Antonio Orihuela
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