Quiero
apagar una lumbre que yo no he encendido,
calmar
una sed de sedienta ternura,
iluminarme
con la luz de una vela, enamorarme del recorrido sinuoso
de
unos pasos.
Quiero
amarte sin ceremonia, como solo aman los
desamparados.
Quiero
que me calen las palabras como si fuesen una fina lluvia,
alumbrar
un poema con la voz familiar de mis antepasados
y
que el mar me lave las huellas de
la tristeza o me arañe una felicidad
improbable.
Quiero
que no se me sequen las manos, que me
arrope una piel de verano
y
se me enrede una hilera de versos inmortales.
Quiero
no hundirme en la sombra, que me rescate un milagro,
que
en mí se fijen los ojos del universo o los ojos de un amor cercano,
olerte
como a una ausencia
y
detenerme a descansar en un centro inexacto.
Quiero
que el silencio sea nuestro único alfabeto
y
que nuestro idioma se pueble de un territorio sin nombres.
Daniel
Noya
Órdenes del corazón
Ed. Dyskolo
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