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Apegado
a la lluvia,
al
presente,
casi huérfano
de luz, de aire, lejos de la frase
desveladora
que
abrirá de par en par el único camino,
cerca de
la voz que fue como un soplo verde,
como un
jardín secreto para hablarte con la lengua del amor,
apegado
también
al
invierno
y
oyendo en silencio el ulular de mi soledad,
lejos del
lugar
donde
tantas veces estuve recreándome en la belleza
del
cuarzo,
ahora
sí deshojando el último círculo,
apenas
ya visible y cerca de ser ya polvo,
con la
tormenta en las manos y el cuerpo lleno
de
agujeros,
apegado
a la noche,
dibujando
en la
memoria de una última página en blanco
la
gramática
de unos
versos que nieguen la herida sin cicatrizar
de
todos mis poemas tristes.
De: Cien fuegos
Daniel Noya
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