EL
AMOR estaba escondido
como la almendra en la corteza.
Agazapado suavemente,
circulando cálidamente.
Y era preciso detenerlo,
paralizarlo, congelarlo,
encadenarlo en líneas, ritmos,
desarraigarlo de su tránsito,
darle bulto, darle reposo,
encerrarlo en unas figuras
que no sean hija ni madre,
sino materia del amor,
sino parpadeo de estrella
que no se extingue nunca. Llama
salvada de su acabamiento,
hecha presente para siempre.
Cuaderno de Nueva
York
José Hierro
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