“La poesía pretende cumplir la tarea de que este mundo no sea sólo habitable para los imbéciles.”

(ALDO PELLEGRINI)

sábado, 15 de abril de 2017

Tentación: Daniel Noya















TENTACIÓN

“–Vivir podré aborrecido,
mas no moriré olvidado”
(“Las dos grandezas” Ramón de Campoamor)


Atardecía en Corinto, enclavada entre dos mares, cuando el bárbaro de Pella
mostró su deseo de ver al famoso cínico.

Quería el gran Alejandro
obsequiar al de Sinope con toda clase de dones por haberse mostrado esquivo
entre tantos aduladores.

Había aprendido además de Aristóteles
y sentía curiosidad por conocer a quien decía que su deseo era
gobernar hombres.

Admiraba el color rojizo del atardecer en el Istmo y se sentía extranjero
 lejos de Macedonia.

La tarde se hacía visible en el agua
y en la arena se notaba el rastro silencioso del mar.

Empezaba a estar cansado de la algarabía de la multitud.
Bucéfalo, además, estaba inquieto.

Le informaron que malvivía en una tinaja en las afueras del Craneto.

Había escuchado tantos relatos sobre el cínico.
Había oído que una vez le vieron abrazado a una estatua.
También que era capaz de enseñar a disparar el arco.

Un anciano, en una ocasión,
elevando majestuosamente el dedo al cielo,
que fue capaz de pisotear incluso el orgullo del mismísimo Platón.

El gran Alejandro atravesó el bosque de cipreses y allí estaba Diógenes 
 tranquilamente tomando el sol.

Se acercó silencioso al filósofo y cuando estaba a su lado dijo,
como si estuviese ya hablando para que lo recordase la historia:
-Pídeme lo que quieras

El filósofo entonces abrió los ojos,
un aire denso flotaba entre estos dos hombres.

Diogénes,
en un instante,
supo que su respuesta pasaría a ser una clave del pensamiento.

Quiso decir: No me hagas sombra.

Pero en verdad dijo, llorando:
-Deseo algo que ni todo tu poder puede darme.
         - Pídeme lo que quieras, aunque sea  todo el oro de la Hélade
         -repitió Alejandro-.

En un suspiro, el filósofo dijo,
sabiendo que en breve todo se vuelve del revés:
         - Deseo no ser un síndrome



                                                   La sabiduría de las uvas

                                                                               Daniel Noya

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