TENTACIÓN
“–Vivir podré aborrecido,
mas no moriré olvidado”
mas no moriré olvidado”
(“Las dos grandezas” Ramón de Campoamor)
Atardecía en
Corinto, enclavada entre dos mares, cuando el bárbaro de Pella
mostró su
deseo de ver al famoso cínico.
Quería el gran
Alejandro
obsequiar al
de Sinope con toda clase de dones por haberse mostrado esquivo
entre tantos
aduladores.
Había
aprendido además de Aristóteles
y sentía
curiosidad por conocer a quien decía que su deseo era
gobernar
hombres.
Admiraba el
color rojizo del atardecer en el Istmo y se sentía extranjero
lejos de Macedonia.
La tarde se
hacía visible en el agua
y en la arena se notaba el rastro silencioso del mar.
Empezaba a
estar cansado de la algarabía de la multitud.
Bucéfalo,
además, estaba inquieto.
Le informaron
que malvivía en una tinaja en las afueras del Craneto.
Había
escuchado tantos relatos sobre el cínico.
Había oído que
una vez le vieron abrazado a una estatua.
También que
era capaz de enseñar a disparar el arco.
Un anciano, en
una ocasión,
elevando
majestuosamente el dedo al cielo,
que fue capaz
de pisotear incluso el orgullo del mismísimo Platón.
El gran
Alejandro atravesó el bosque de cipreses y allí estaba Diógenes
tranquilamente tomando el
sol.
Se acercó
silencioso al filósofo y cuando estaba a su lado dijo,
como si
estuviese ya hablando para que lo recordase la historia:
-Pídeme lo que quieras
El filósofo
entonces abrió los ojos,
un aire denso flotaba entre estos dos hombres.
Diogénes,
en un instante,
supo que su
respuesta pasaría a ser una clave del pensamiento.
Quiso decir: No me hagas
sombra.
Pero en verdad
dijo, llorando:
-Deseo algo que ni todo tu
poder puede darme.
- Pídeme lo que
quieras, aunque sea todo el oro de la Hélade
-repitió Alejandro-.
En un suspiro,
el filósofo dijo,
sabiendo que
en breve todo se vuelve del revés:
- Deseo no ser un
síndrome
La sabiduría de las uvas
Daniel Noya
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