La tragedia de Friedrich Nietzsche es un monodrama: el único actor
en la corta escena de su vida es él mismo. En cada uno de los actos ‑rápidos
como un alud‑ está Nietzsche como un luchador solitario bajo el tempestuoso
cielo de su destino; no tiene a nadie a su lado; nadie está enfrente de él; ninguna
mujer, con su tierna presencia, suaviza esa tensión atmosférica. Toda acción
procede de él y en él se refleja solamente. Las únicas figuras que al principio
marchan a su lado son acompañantes mudos, asombrados y asustados de su heroica
empresa, que después, poco a poco, se van alejando de él, como si fuera
peligroso. Nadie se atreve a adentrarse en el círculo interior de su destino.
Nietzsche habla, lucha y sufre siempre por su propia cuenta. No habla a nadie y
nadie le habla a él. Y, lo que aún es más terrible: nadie lo escucha.
Pues «
sólo el dolor da la ciencia» (así entona su canto de agradecimiento al dolor
ese hombre torturado). La salud de hierro, simplemente heredada, no se
estremece jamás y evita la lucidez: nada desea, nada pregunta, por eso no hay
psicólogos que disfruten de buena salud. Toda ciencia viene del dolor, «el
dolor busca siempre las causas de las cosas, mientras que el bienestar se
inclina a estar quieto y no volver la mirada hacía atrás»; en el dolor uno se
hace cada vez más sensible; es el sufrimiento el que prepara y labra el terreno
para el alma, y ese dolor que produce el arado al desgarrar el interior,
prepara todo fruto espiritual. «Sólo el dolor libera al espíritu, sólo él nos
obliga a descender a lo más profundo de nuestro ser», y por ser casi mortal ese
dolor, dice aún esas orgullosas palabras: «Conozco mejor la vida porque muy a
menudo he estado en trance de perderla.»
La
serpiente que no puede mudar la piel, perece; del mismo modo, los espíritus que
se ven impedidos de cambiar de opinión, dejan de ser espíritus.
(F. Nietzsche)
La lucha contra el demonio
Stefan Sweig
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