Hacia
el otro lado se abren umbrosas grutas y cavernas, que convidan al reposo con su
frescura: la vid, envolviéndolas con su manto, ostenta sus purpúreos racimos y
se encarama elegantemente rica. Al mismo tiempo caen aguas susurrantes por los
declives de las colinas, dispersándose o yendo a unir sus corrientes en un
lago, que refleja en su cristalino espejo sus orillas desiguales y coronadas de
mirtos. Los pájaros cantan en coro, y las brisas primaverales, esparciendo los
perfumes de los campos y de los vergeles, unen su suave armonía a las de las
temblorosas hojas, mientras que el universal Pan, danzando con las Gracias y
con las Horas, lleva consigo una primavera eterna.
De: El paraíso perdido
John
Milton
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