UNA LENGUA QUE ÉL HABLABA: Tomás Salvador González
(Il miglior fabro)
En
el poema crece un árbol es
un verso de “Siempre es de noche en los bolsillos”, el último poemario de Tomás
Salvador González. Durante su vida – qué dolor hablar en pasado- plantó tantos
árboles, sembró tantas raíces que es imposible siquiera trazar un esbozo. El
último árbol fue, sin duda, el más querido: su hijo.

La última vez que lo vi fue hace dos
años en un recital que organizó conjuntamente el instituto de La Adrada y de
Sotillo en el Centro Cultural La Pasada. El recital era sobre los poetas del Valle.
Tomás estuvo en mi casa junto al también poeta Santos Jiménez. Después
estuvimos tomando un café, recitando y comiendo un cocido en el bar del
instituto de Sotillo de la Adrada. “Ha
estado muy bien”, me dijo durante la comida, a pesar de que los dos preferíamos
la sobriedad de nuestros primeros recitales donde la voz del poema subraya la
belleza del silencio.
Desde la primera hasta la última vez
que lo vi guardo tantos recuerdos. Sobre todo, como un regalo, la lectura de sus
libros: “Reunida estación de las ciudades”, “La entrada en la cabeza”, “Aleda”,
“Favorables país poemas”, “La sumisión de los árboles”, “El poeta en su
taller”, “El territorio del mastín”, “La divisoria de las aguas”,
“Espantapájaros y un sonajero”, “Siempre es de noche en los bolsillos” y su
poesía reunida en “Una lengua que él hablaba”. También tengo recuerdos felices
en su antigua casa en La Parra donde en el jardín se hablaba de Eliot, de John
Berger, de “Hambre” de Knut Hamsun – una novela que le marcó-, entre otros.
Tomás nos recibía sonriendo con música de jazz de fondo y allí acabábamos
envueltos en la más secreta de las felicidades. En nuestra biografía común hay
también muchos años de conversaciones interminables sobre poesía, muchas risas,
música, muchísimo cine - una de sus grandes aficiones-, partidas diarias de
ajedrez, recitales de poesía, confidencias.
En mi casa los libros se posan en las
baldas sin ningún orden. Tenía desperdigados todos los libros de Tomás Salvador.
En estos días tristes los he reunido y ahora están junto al sillón donde leo.
He vuelto a releer el poema Balbuceo
(ruido/ canción devanadera/ invierno que
esconde los cuerpos/ los devora…) y oigo de nuevo su voz, la lengua que él hablaba, su voz
bondadosa que me dice, como entonces: Hay
que seguir, la poesía es necesaria. Sí, amigo, aquí sigo. Leyéndote para
superar tu ausencia porque como nos escribiste en una dedicatoria tus poemas
son hojas verdes y frescas, tu poesía es como un lecho que nos sirve para
descansar.
Aquí sigo. He terminado un libro de
poemas: No todos los días alcanzan la
belleza. Le falta la dedicatoria. Ahora tengo claro a quién dedicárselo. Va
por ti, maestro, porque contigo cuando
cae la luz/ todo se vuelve denso/ saturado, se vuelve/ lecho de fronda... Porque
sin ti la luz ya no son bultos,
/arboledas…
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