(99)
Perdón,
se me
acabó de repente el aura
y siento
un extraño dolor en las entrañas.
Perdón,
sin agallas estoy,
naufragando
de claridad y sin poder ya verte en los abrazos que habitan
en la
madrugada.
Perdón,
ya solo
veo un páramo infinito que se abre ante mis ojos inocentes,
ya solo
soy un corazón perdido en un paraje que apenas ya
ni
respira,
ya solo
escucho una única canción
que se
ha pegado a mi lengua y que me duele como una nostalgia.
Perdón,
me ha
llegado de repente la noche
y estoy
sin inspiración,
imaginando
ser el niño que por la noche tenía miedo
de las
salamandras,
que
amaba desde el balcón la rebeldía dibujada
en el
azul sofocante del primer amor.
Ya solo
recuerdo al joven que viajaba en un tren cargado de ilusiones.
Que amaba
los parques en las tardes filosóficas sin relojes.
El que
caminaba solitario
con las
alas del tiempo al amparo de la primavera
y leía
sus primeros poemas en la soledad de los ríos.
Perdón,
ya mis
ojos están secos, mis labios definitivamente con sed,
mi
sangre entregada a otra luz donde siempre es medianoche.
Perdón,
ya solo
puedo ser el niño que miraba siempre hacia el cielo,
el
joven que lloraba a oscuras
su
desamparo de frío invierno
y
escribía en su diario palabras que todavía no comprendía.
Perdón,
ya solo
puedo ser el poeta que vive en lo hondo, en el adiós,
en la
voz de los débiles,
el
poeta que vive en el frío, sintiendo a lo lejos
que su
vida pudo ser hermosa
a pesar
de los golpes, a pesar de las heridas.
De: Cien
fuegos
Daniel Noya